Mozart le comentó en una carta a su padre que la música debía permanecer siempre musical. Es decir, siempre seductora y encantadora aunque sirviera de vehículo a unas palabras cargadas de tristeza y de desamparo. Lo recuerda el filósofo francés Clément Rosset en El objeto singular (Sexto Piso), donde vuelve a ocuparse de lo real y su doble. “La música que acompaña a un texto, o más exactamente, que se acompaña de un texto, como una ópera o un lied, no tiene por función ni sujetarse a ese texto ni ponerse ella misma a su servicio”, escribe. Poco antes había sido más claro, al afirmar que la música es lo más ajeno que existe “a la realidad evocada por las palabras”.

La música es. Como la realidad es. No hay doble. Eso es lo que la distingue drásticamente de las demás creaciones que, más o menos, “funcionan bajo el modelo de la duplicación, de la puesta en representación de algo ya existente”.
Rosset es de los filósofos actuales uno de los más interesantes, y más entrañables. Sus reflexiones no están atadas a la inmediatez de la política o de la historia, escarba en otra dirección. ¿Cómo conocer, cómo vivir, qué diablos es esto? Y esto, el objeto singular, eso que simplemente es (lo real), se escapa siempre, se esconde, si para atraparlo nos servimos del doble. De ese discurso imaginario que habla de lo real como si lo real tuviera sentido. Y lo real, como la música, no admite interpretaciones. Irrumpe, esta ahí: para gozarla.
Leído en El rincón del distraído
muy bueno-cris45
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