Introducción de La siesta inolvidable 2007

Introducción original
Introducción especial de Carlos Barragán

sábado, 23 de febrero de 2008

Una historia de machos e inodoros rotos

¿Qué era un macho? (murió el inodoro)

Sorpresa. Ayer vino un hombre a mi casa después de unos cuatro meses de soledad. No estoy acostumbrada a que eso pase. Como dije en el video de la presentación, no es una pose malvada, no es un disfraz de víctima inocente, no es una ficción de telenovelita rosa. Es la verdad. Aunque no me crean: a mi casa no viene nadie. Digamos que mi hogar es sagrado. Tan inmaculado es el pobrecito que se convirtió en una especie de santuario aburrido, devenido en tumba. En una tumba asexuada, para colmo. Pero volvamos. El muchacho que vino anoche llegó apurado. Estuvo ahí sólo por una estricta cuestión de trabajo. Entró como cantando. Despreocupado. Dejó el bolso en el sillón blanco. Saludó a la gata de pasada. Y dijo: “¿Puedo pasar al baño?”. Dios mío: baño.

Dijo “baño”. Palpitaciones. Ataque de histeria. Baño. Cara transfigurada. Baño. El hombre dijo: “¿Puedo pasar al baño?”, como si no se diera cuenta. Cuando preguntó eso, el tipo, medio desubicado convengamos, ya estaba casi a punto de pisar el interior del lugar para hacer pis. Entonces, lo seguí. Lo tomé del brazo. Lo frené. Lo solté y le dije: “Al baño, no, no entres al baño, por favor, no, al baño no”. Estaba desesperada. Bajé la guardia y tuve que deschavar el problema con un dolor indigno en la panza: “El inodoro de mi baño está roto, no podés pasar”. Sí. Hace ya una semana que falleció. Que se murió. Que no hubo manera de reanimarlo. Yo hice mis intentos. Le abrí la tapa, lo inspeccioné, le saqué una partecita, se la volví a meter, le hice palanca con una cuchara. Y nada.

Cuando miró mi cara de angustia, el señor se agrandó. No sé por qué pero sentí que el aire volvía a los pulmones cuando pensé: “Tranquila, acá tenés un macho, seguro que él sabe arreglarlo”. Y los machos, lo sabemos desde chiquitas, refaccionan cualquier cosa que se te rompa en tu casa. Cualquiera. Para mí que él entendió de lo que realmente se trata la vida y agregó: “Dejá, Lorena, dejá que yo te lo soluciono”. Y ahí fue el corajudo, mezcla extraña entre MacGyver y portero de edificio, para tratar de ganarle la batalla al retrete inquisidor. Mientras, me quedé pensando: había alguien en mi casa que, además de ser humano, se ocupaba indirectamente de mí. Y aunque vaya en contra de cualquier discurso feminista que puedan tener las feministas, eso me dejaba más tranquila. Por un momento, la mina más independiente de San Cristóbal, dejó de ocuparse de todo.

Amigos, anoche un hombre me revolvió el inodoro. Y aunque tampoco lo arregló, fue la imagen más orgásmica y tierna que tuve en mucho tiempo.

¿Cuándo fue la última vez que necesitaron a un "macho"?

Leído en Quiero un novio.

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